(18/12/2012).
“La playa de El Espino es muy hermosa, pedazo de belleza
natural. Al son de güiro y de palmera gozarán, existe ambiente sin igual…"
Así cantaba Edgar Trejo del grupo musical Los Apaches, de
Usulután, hace más de 40 años. Recuerdo que El Espino fue siempre el
lugar natural de nuestras vacaciones familiares en mi infancia. Claro; estaba en aquel entonces a sólo una
hora "y pico" de camino, pues su calle era rústica (la que transitábamos entre polvo y calor en la camioneta Datsun de mi papá y, años después, en el panel verde Volkswagen, que se hizo leyenda) .
Actualmente, la calle hacia El Espino está pavimentada,
bastan 40 minutos desde la ciudad de Usulután y a 2 horas y 15 minutos de la
capital, San Salvador. Era nuestro destino preferido, donde aprendí a conocer el mar y sus encantos; un lugar digno de anécdotas de exquisitez bucólica, típicas de novelas de la talla de Tieta do Agreste (Jorge Amado) o Cien años de Soledad (Gabriel García Márquez). Se llega desde la carretera El Litoral donde se encuentra el desvío. Ahí no encontrará los grandes hoteles ni infraestructura cinco estrellas, pero sí hay hoteles pequeños y lugares de estar muy agradables y, sobre todo, la playa y su gente son su mejor riqueza.
Es parte de la Bahía de Jiquilisco, que acoge varios
esteros, playas y dos puertos (Puerto Parada y Puerto El Triunfo).
La playa El Espino, como toda la bahía, realmente es un
lugar paradisíaco. Modestia aparte, es la mejor playa del país, si se mira más
que desde el criterio subjetivo de usuluteco, por que tiene una extensión de 11
km. Ininterrumpidos de playa, de arena volcánica (negra) y además, una característica
que la hace única: es muy pareja, es decir no es una playa inclinada en la que
fácilmente te verás arrastrado por las olas y a unos metros ya estás con el
agua hasta el cuello. Por el contrario, puedes estar a 10 metros adentro, desde
la orilla de la playa y el agua te llegará hasta las rodillas, como mucho.
A unos kilómetros antes de llegar a la playa, ya se divisa la bahía de Jiquilisco y un extremo (el poniente) de El Espino.
Por otra parte, la playa está delimitada por dos bocanas (la
Bocanita al oriente y la Chepona al poniente). Estas forman un paisaje sin
igual cuando baja la marea, dejando pequeñas pozas donde puedes recostarte
arropado por las tibias aguas.
Durante la guerra (entre 1980 y 1990), la zona de Jucuarán
fue zona de combate, por lo que la playa quedó casi aislada, y el turismo fue
prácticamente nulo, no hubo desarrollo hotelero y muchas propiedades quedaron
abandonadas. Algunas fueron arrastradas por el mar. Una vez que la guerra
terminó El Espino volvió a ser visitado por los veraneantes.
De alguna forma, este “receso turístico” protegió la playa
de las construcciones, y a mi parecer, esto fue afortunado, dado que la playa
ha ido perdiendo terreno por el avance de las mareas. Las construcciones o
barreras que la gente hace, no son ni serán suficientes para contener el vaivén
del oleaje. En los últimos 30 años la playa ha cedido al mar unos 50 metros (y esto seguirá sucediendo).
Muchas propiedades han desaparecido, arrastradas por las olas. En 2011, durante
la tormenta E12 este fenómeno se intensificó.
Actualmente la playa sigue siendo amenazada por la
erosión eólica (la arena es barrida por el viento) y los oleajes, que han ido
llegando cada vez más adentro, dragando terreno y derribando construcciones y
árboles. Esto es porque la vegetación de lugares como esta playa, parte de un
sistema natural más grande que es la bahía, fue sustituida por árboles de coco,
que no son naturales del lugar (aunque el típico paisaje así nos lo haga
pensar); por el contrario, los cocoteros son presa fácil de las olas y son
arrastrados junto a las construcciones.
La playa El Espino es un tesoro natural del país. Acoge mucha vida y es un recurso que también sostiene la vida y economía de miles de familias, como en toda la bahía. Depende de nosotros, que sepamos encontrar el equilibrio entre disfrutarla, explotar razonablemente sus recursos y respetar su dinámica de vida.